Murió Superman. Bueno, en realidad quién murió fue Christopher Reeve, el hombre. Pero todos lo recordaran como el actor que dio vida a Superman en la gran pantalla. Es un final triste el suyo, como tristes son todas las muertes.
Por mi cabeza corren ideas de lo más absurdas cómo la de imaginarme a Superman intentando bailar unas sevillanas. La imagen puede resultar disparatada (qué lo es). Ver a un hombre musculoso, con los calzones por fuera, con esas mallas azules y esa capa roja...los ochenta en cuanto a moda fueron rarísimos pero con el traje de el superheroe se llevaron la palma. Aunque bueno, el diseño del traje hace ya más de medio siglo que fue concebido.
La imagen sería ésta. Superman aprendiendo a bailar sevillanas en una caseta de la feria de abril de Sevilla. Lex Luthor, su eterno enemigo, el malo malísimo de toda la vida, está sentado en una de las mesas más retiradas de la caseta, solo. Lois Lane mientras tanto flirtea con el chico simpático que atiende la barra. La razón de esa surrealista escena es por culpa de Lex Luthor, lo retó a que no sabía bailar sevillanas. El superheroe suda la gota gorda, no pasa de la segunda. Se lía con los paseíllos, las pasadas y los careos. Eso sí, el remate lo controla. Su profesora es una sevillana enfundada en su vestido de lunares. Le llama "Super" cariñosamente para que coja confianza y se suelte. Luthor se acaba otro chato de vino sin quitarle el ojo de encima a la pareja, y suelta una risa malévola. Muy propia de los malos, todo sea dicho de paso.
- Trata de relajarte cariño, esto es fácil, son cuatro pasos y el resto lo pones tú. Imagina que son pases que le lanzas a la vida. Le dice la joven.
- Es que no puedo, me quedo rígido como una tabla. Seguro que la culpa de todo la tiene Luthor. Debe haberse traído algo de kryptonita, para que me fallen las fuerzas.
- Esto no es cosa de fuerza Super, esto es más sentimiento que otra cosa. Escucha lo que te digo, mírame a los ojos y olvídate del calvito ese. Busca mi mirada a cada pase que demos, y no te preocupes que ya casi lo tienes.
La sevillana hizo una seña al guitarrista con la mirada para que volviera a empezar de nuevo. Empezaron con la primera, Superman hizo lo que le aconsejó la chica, le siguió su mirada en todo momento. Último paseíllo y remate con gracia al final. Siguieron con la segunda y luego con la tercera... hasta que llegaron a la cuarta. Superman empezó a ponerse nervioso, se temía lo peor. La joven le guiñó un ojo y le sonrió pasándole su mano por su cintura, dando así la pareja un par de vueltas así mismos. Y llegó el remate con un desplante garboso y provocativo.
- ¡Ole!,¡ole, ole y ole!. Gritó el chico de la barra mientras se escabullía de la acosadora de Lois Lane.
- ¡Me las pagarás Superman!, ¡ esto no quedará así!. Gritó Lex Luthor levantándose de un brinco de la mesa, para desaparecer luego entre el gentío de la feria.
Superman le dio un abrazo a su joven profesora y la invitó a dar un paseo por los aires de la noche de Sevilla. Lois Lane por su parte desistió en la ardua tarea de ligarse al chico de la barra y pasó al ataque con el guitarrista. Todos fueron felices y comieron perdices. Superman volvió a salvar al mundo, con o sin kryptonita de por medio.
Nota personal: La única kryptonita que temo, es el olvido.
Otra tarde de otoño pasa irremediablemente para Tristán. Mientras escucha música en su discman juega a colocarse un lápiz entre la nariz y la boca a modo de bigote, se le cae y vuelve a intentarlo de nuevo. Al otro lado de la pared está Ana, sentada en su cómoda silla giratoria, ordenando los apuntes que tiene desperdigados en su mesa. Ana está harta de que le digan que su nombre es un palíndromo, que debería echarse un novio piloto llamado Otto, como el de Los amantes del Círculo Polar. Tristán sigue probando a colocarse su particular bigote, pensando en que nunca ocurre nada interesante. Ana piensa que no podría tener un novio que se llamase Otto, la vida da muchas vueltas, quizás algún día se casasen y Otto, el piloto, se empeñaría en llamar al primer de sus hijos Otto jr. No, de ninguna de las maneras, definitivamente nunca tendría un novio llamado Otto.
Tristán piensa por un momento escribir una carta a una antigua novia suya, muy al estilo de “20 de abril” de Celtas Cortos. Pero no sabe por donde comenzar. ¿De qué pueden hablar dos personas que no saben nada el uno del otro desde hace tanto tiempo?. Asusta saber como pueden haberse convertido en dos completos extraños. Ana piensa en escribirle un sms a su ex para preguntarle qué tal le va la vida, pero no se atreve. No le gustaría saber que pueden irle bien las cosas, que haya conocido a la chica de sus sueños, la chica que le ría los chistes malos y lo envuelva en besos y caricias cuando esté decaído.
- ¡Tristán!, ¿ vienes a por el café o no?. Gritó la madre de Tristán a su hijo.
- Tristán -pensó ella- suena a patán, o peor aún, a Rantamplam, como el perro de Lucky Luke. Tristán gañán.
Definitivamente Tristán no podría ser nunca el hombre de sus sueños, ¿dónde se ha visto un nombre así?. Ana pone en su equipo de música el “Promesas que no valen nada” de los Piratas, Tristán también la está escuchando en ese momento. Suspiran a la vez, adoran esa canción.
Tristán está aburrido, Ana está aburrida, y la pared que los separa ríe por no llorar de ver tanta desidia junta.
Una gran ciudad dormitorio. Cientos de Anas y Tristanes se hacen las mismas preguntas día a día, ignorando por completo lo que tienen delante de sus narices, o detrás, según se mire. Separados, incomunicados los unos de los otros por una pared. Esa maldita pared.
Viento sur, hora de partir.
Unos vientos del sur me empujaron hacía el norte en busca de un poco de aire fresco. Lo que no sabía era que el calor me lo llevaría en mi maleta junto al equipaje. Han sido unos días muy soleados y calurosos para lo que es aquello. El recibimiento en Castro fue muy cálido, como siempre. El primer baño en el Cantábrico fue también cálido, el tiempo acompañaba al agua. Esa misma noche me volvieron a liar jugando al quinito, y acabé bebiendo tanto si ganaba como si perdía. La noche se alargó para el que la quiso alargar, para otros como yo nos retiramos a tiempo pensando en el madrugón que nos esperaba allá por las ocho de la mañana para coger sitio para la marmita.
Una vez nos establecimos como okupas con nuestro chiringuito empezamos a pelar patatas y todo lo que hubiera que pelar. Los baños al muelle se sucedían a la vez que se comían tortillas de patatas y choricillos calientes con pan. Sangría va sangría viene y un chapuzón más al agua. Los que pasábamos de estamparnos en el agua desde una altura de más de cinco metros nos metíamos en el agua desde la rampa de San Guillén, un opción más peligrosa si cabe por culpa del verdín del final de la rampa. Paseítos por los demás puestos y más catas de las sangrías de las otras peñas. Música a granel incluyendo el famoso Paquito el chocolatero, momentos de sentimientos encontrados tales como para inmortalizar con una foto o para taparse la cara con las manos. Después de la marmita y de la ración de cucamonas que se repartieron por doquier recogimos el chiringuito, nosotros y medio pueblo a la vez. Al final acabé haciendo planes con el guiputxi fan number one de Caetano Veloso para ver a otro artista de voz melodiosa, Jorge Drexler. El concierto era en la plaza nueva de Bilbao, en el corazón de la ciudad. Estuvo espléndido, le salió bien todo, corearon sus canciones, aplaudieron cuando hizo falta para acompañar una canción, hasta hicieron coros para una canción, fue emocionante ver como el artista y el público conectaban tanto. Al final uno acaba con una sensación de buen rollo general, una buena razón para que siga por muchos años en esto de la música. El ambiente de Bilbao se veía animado, me hizo gracia ver a un bilbaíno en un bar cantar canciones fiesteras en euskera, esa típica persona que canta y suelta chascarrillos sin parar, que parece que quiera ser siempre el centro de atención.
Al día siguiente partimos desde Mondragón hacía la costa guipuzcoana a ritmo de Bob Dylan, Caetano Veloso y demás genios en vida. El paisaje de la costa es espectacular con tanto verde y tantas montañas forradas en pastos verdes que invitan a dejarse caer rodando por aquellas laderas. Getaria sería nuestro siguiente parada. Raciones típicas del lugar y sidra va y sidra viene. Las conversaciones con este guiputxi son de los más trascendentales-musicales y de la vida en general en sus diferentes vertientes (que bien me ha quedado eso). Las tres botellas de sidra se me subieron a la cabeza una cosa mala, algo que se solucionó con un baño en la playa. Otro detalle curioso fue cuando nos cayó un tormentón y en vez de recoger las cosas y meternos en el coche, fuimos en la dirección contraria, como la del salmón. Nos zambullimos en el agua, tal vez pensando en lo que decía el Kiko en una de sus canciones.
Y estaba lloviendo, y yo me mojé, y una vez que llueve, ¿me voy a esconder?.
Donosti, ciudad eternamente engalanada, siempre lista para el paseíllo. Y allí estábamos, para dar un paseíllo. La feria la colocan en un enclave ciertamente privilegiado (como diría quién yo me sé), los cacharros de la feria se extendían a lo largo del paseo disfrutando así de unas vistas inmejorables de la ciudad. Su pequeño puerto, la playa de la Concha, el casco antiguo, que no lo es tanto. La catedral, las terrazas repletas de bellezones del norte, hacía tiempo que no veía tantas chicas guapas en tan pocos metros cuadrados. Cena foránea en el casco antiguo, pero muy de agradecer y volvamos por donde hemos venido, que nos conocemos, (véase maratón de licores extraños e espirituosos).
Los días se suceden con tranquilidad asistiendo a cursos de buceo ya de vuelta en Castro. Islares es otro enclave ciertamente privilegiado, en este caso para aprender a bucear, y encima era bonito. Hacía tiempo que no hacía saltar piedras en el agua. Que entretenimiento más simple y a la vez sin fecha de caducidad. Paseítos por el rompeolas. Visitas a las playas de Laredo y a Santander, repitiendo algunas rutas para los que no habían estado antes. Dormir del tirón noches enteras, soñar con los angelitos o las angelotas, todo un lujo para mi en verano. El jueves se torcieron los planes de hacer unas excursiones a la costa de Vizcaya, cayó la madre de todas las tormentas con algún susto que otro, pero la cosa se arregló y pudimos ver varios sitios como el mejor lugar donde pueden practicar surf en aquellas costas y ver las playas de Gorliz y otro pueblo que ahora no me acuerdo, todo muy majo. A la noche acudimos a la llamada del concierto de Fito y los Fitipaldis después de habernos estrujado los sesos para encontrar aparcamiento, pedirnos unos bocatas e intentar poder ver algo de los fuegos artificiales. No pude ver todo el concierto de Fito pero por lo que pude ver el tío domina con la guitarra y no se achica (y no va con segundas) sobre el escenario. Toca y canta igual que en el disco. Que ya es bastante. Por cierto, aquello estaba abarrotado de gente, como se nota que era gratis.
Y bueno, cuando me quise dar cuenta ya era hora de volver a casa, me refiero a la de Mataró. Especifico que casa porque allí donde me han acogido parecía como si fuera mi casa, tenía la posibilidad de entrar y salir libremente. Tenía conversaciones como si fuera uno más de la familia, todo resultaba muy natural y acogedor. Por eso, como no sé que hacer para compensar tanta hospitalidad puedo dedicar algunas palabras al aire, y quién quiera cogerlas que las coja, que están para eso.
Gracias al guiputxi enamorado de las melodías latinas, incomprendido a menudo en su cruzada, pero hospitalario y de buen hacer. Gracias a mi tati por esa vocación de payasita irremediable, pero a la vez siempre dispuesta a contribuir con las labores sociales, que lo sé yo de muy buena tinta. A una estatua de sal, siempre con la sonrisa puesta y los ojos abiertos de par en par. Siempre con los nervios a flor de piel, para luego olvidarse de cabreos y reírse de todo. Esta chica es de traca. A la rumbeira, que debió nacer en el sur pero que la llevaron al norte para ser el contrapunto de algo, el punto en la i, el salero rumbero de las noches y la voz ronca de las mañanas. A esa pareja de paisanetes catalanes que a estas horas andarán por Asturias, los dos son muy simpáticos (ella por supuesto más, jajaja). Y como no, a nuestro piloto de rallies por esas carreras. Gracias también a la chica del E.C.P, osea, a la del enclave ciertamente privilegiado. Lengua viperina, comentarista entre dientes cual experto ventrílocuo. De una gracia sin igual puesto que tiene salidas para todo y para todos. Pese a todos estos datos no puedo dejar de tenerle cariño, las mujeres son así, todo un misterio por resolver. Gracias también a la que se guasea de mi con los "escoltis" y los "sisplaus". Poseedora del don de la fotogenia, ocurrente y divertida como la que más. Ah, y enamorada de la moda juvenil, como decía la canción de Radio Futura (espero que por mucho tiempo). A la que en las noches de juerga me coge del brazo para luego gritarme al oído creyendo que no la oigo bien entre el gentío. De ojos azules y sobrada de genio, siempre a caballo entre Santander y Castro, o viceversa. Gracias también a mi madre adoptiva de por aquellos lares, por ser siempre tan dicharachera y positiva, y sobre todo por ser tan madre. Y como no, gracias a la principal causante de que repita la experiencia un año tras otro. Heredera de lo mejor de sus padres y eterna mediadora del grupo de locuelas. Maratoniana fiestera, de inacabables recursos, la más echá pa alante para todo. Tiene gracia la cosa, había veces que comiendo en la mesa de la cocina parecíamos dos hermanos, contándonos las novedades del día.
Ya sé que hay más gente que en mayor o en menor medida han hecho que la estancia sea más agradable, pero claro, tampoco me iba a poner a hablar sobre medio pueblo, como que no hay gente en el pueblo ni ná.
Me han preguntado más de una vez si me lo he pasado bien. Yo les digo que no hace falta irse a ningún sitio en especial si la compañía es buena. Y en este caso siempre lo es. El viento cambió de dirección.
Viento norte, hora de volver a casa.
Nada más entrar por la puerta de casa Susana vio con una escena que no podía soportar, se encontró a Santiago estirado en el sofá , con ella, los dos enroscados en el sofá.
- Santiago Ramos Malonda, hasta aquí hemos llegado. He pasado un día horrible en el trabajo, ¿y qué me encuentro?, que el señorito no es capaz de darle puerta a su inseparable amiga, ¡siempre estás con ella!, ¡si casi estás más tiempo con ella que conmigo!. Yo no puedo seguir así Santi, yo me merezco algo más, me merezco una relación más normal, más estable. Me voy a casa de mi madre, mañana pasaré por aquí con mi hermana para recoger las cosas.
- Pero..
- ¡¡Plaff!!
Y el portazo sonó como un signo de interrogación, como en la canción del Sabina. Santiago no tuvo tiempo de explicarle nada, no entendía a qué venía todo aquello, sólo se había echado una pequeña siesta con su pequeña Manta. Manta era como su propio nombre indica, una manta. Santiago la tenía a su lado desde que tuvo uso de razón, ya no recuerda como llegó Manta a su vida, simplemente un buen día estuvo allí para arroparlo en los días de invierno, en aquellos días en los que pasaba la varicela, el sarampión, o una simple gripe. Tal era su relación con Manta que se la había llevado de camping, estuvo presente el día que lo hizo por primera vez con Azucena, la chica que le daba por aquel entonces clases de repaso. Santiago aquella noche decidió dar otro tipo de clases, repasaron la materia bien repasada hasta que lo tuvieron todo minimamente aprendido. Y allí estuvo Manta para resguardarlos del frío.
Santiago se ha llegado a llevar a Manta hasta a la oficina, sobre todo los días que se estropeaba la calefacción. Hasta en la playa le ha hecho compañía, colocándola como esterilla para dejar las bolsas y los cacharros. A Susana nunca le gustó que su novio fuera incapaz de separarse de su manta en todo el día, no lo veía lógico. Eran adultos, los adultos no van paseándose por ahí con sus mantitas, pensaba ella. Lo que no sabía Susana es que aquella manta fue la única compañera de Santiago en los momentos difíciles, ella fue la que recogió sus lágrimas furtivas, las que nadie pudo ver, ella fue la que le arropó, la que le escuchó, la que siempre le consoló. Los siguientes días a la ruptura fueron duros para Santiago, quería a Susana pero también quería a Manta, odiaba tener que elegir a una de las dos. Manta nunca le habría puesto en ese compromiso.
Pasaron los días, las semanas, los meses...hasta que Santiago conoció a Inés, una chica que no se separaba nunca de Marcelo, su mantón de Manila. Le puso Marcelo para hacerse la ilusión que siempre que se lo ponía le estaba abrazando por detrás un apuesto hombre, el hombre que nunca acababa de llegar. Tal fue su conexión, que se fueron a vivir juntos, dejando que Manta y Marcelo se hicieran compañía mutuamente. Santiago sería el hombre que abrazaría por detrás a Inés empapándola en besos, mientras que Inés sería la mujer con la que Santiago se enroscaría en el sofá tardes enteras.
Linus forever.